martes, 29 de agosto de 2017

“Lo que vuelve de la eternidad”




   Suele afirmarse que la gente feliz no tiene historia. Tal vez por eso, la familia González, puede narrar el itinerario de su intrincada identidad aún arrancándose las entrañas para reinventar otra existencia.
Tres hermanos: Marga, Ana María e Ismael, son sorprendidos por la llegada de un desconocido.
La perra, Violeta, conversa en latín tratando de poner un toque de razón al caos imperante. Beba, la madre senil, sin saberlo, va dejando caer,  pequeñas migas de pan en el sendero implacable y nostálgico de la vida familiar y sus  secretos.
Nora, la cuarta hermana, es asesinada en 1975, durante el transcurso una democracia tomada como rehén en la antesala del golpe militar. La novela  pega saltos que van  desde la infancia hasta el amor de las tres jóvenes  y  en salto mortal, llega al 2006.
Si es cierto que la gente feliz no tiene historia; que la culpa es intrigante y maliciosa y el perdón no llega, puede ocurrir que se  partan  los hilos de la razón.
 Mientras tanto, el cuerpo de Nora, no rescatado, yace en algún oscuro paraje de Los Toldos. Sin sepultura, sin compasión.
Las complejas relaciones paternofiliales van viendo una luz lejana y la protagonista, obsesionada por sentimientos y delirios perturbadores, atina a dividir alma y cuerpo en un juego sombrío y estremecedor. No puede escapar. La piel envuelve carcelariamente a la materia y al espíritu.
Cuatro historias entretejidas por el dolor, la tragedia de la identidad negada y el sorprendente retorno de un espectro, conformando un mundo de espejos donde la trama puede desgarrarse.
¿Qué busca un espíritu errante?
En el claustrofóbico universo de la ciudad, el joven que llega desde Los Toldos “con los ojos bien abiertos” representa otra realidad: el amor existe. El futuro es un lugar posible  y aunque el fracaso y la decepción nos recuerden que hay una sola vida; no hay una sola manera de regresar.
Ni novela policial, ni panfleto político, la historia de los González es parecida a la de los muchos que cubrieron sus ojos con el tul de la indiferencia cuando la represión  arrancaba la piel, dejando cuerpo y alma expuestos a la ira de los carroñeros.


                                                                    Noe Mazzoni

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