Tres hermanos: Marga,
Ana María e Ismael, son sorprendidos por la llegada de un desconocido.
La perra, Violeta,
conversa en latín tratando de poner un toque de razón al caos imperante. Beba,
la madre senil, sin saberlo, va dejando caer, pequeñas migas de pan en el sendero implacable
y nostálgico de la vida familiar y sus
secretos.
Nora, la cuarta
hermana, es asesinada en 1975, durante el transcurso una democracia tomada como
rehén en la antesala del golpe militar. La novela pega saltos que van desde la infancia hasta el amor de las tres
jóvenes y en salto mortal, llega al 2006.
Si es cierto que la
gente feliz no tiene historia; que la culpa es intrigante y maliciosa y el perdón
no llega, puede ocurrir que se
partan los hilos de la razón.
Mientras tanto, el cuerpo de Nora, no
rescatado, yace en algún oscuro paraje de Los Toldos. Sin sepultura, sin
compasión.
Las complejas
relaciones paternofiliales van viendo una luz lejana y la protagonista,
obsesionada por sentimientos y delirios perturbadores, atina a dividir alma y
cuerpo en un juego sombrío y estremecedor. No puede escapar. La piel envuelve
carcelariamente a la materia y al espíritu.
Cuatro historias
entretejidas por el dolor, la tragedia de la identidad negada y el sorprendente
retorno de un espectro, conformando un mundo de espejos donde la trama puede
desgarrarse.
¿Qué busca un
espíritu errante?
En el
claustrofóbico universo de la ciudad, el joven que llega desde Los Toldos “con
los ojos bien abiertos” representa otra realidad: el amor existe. El futuro es
un lugar posible y aunque el fracaso y
la decepción nos recuerden que hay una sola vida; no hay una sola manera de
regresar.
Ni novela policial,
ni panfleto político, la historia de los González es parecida a la de los
muchos que cubrieron sus ojos con el tul de la indiferencia cuando la represión
arrancaba la piel, dejando cuerpo y alma
expuestos a la ira de los carroñeros.
Noe Mazzoni
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